Dani, una activista para la preservación de la jungla brasileña, es la protagonista del segundo capítulo de la serie 'Rainforest Defenders', que presenta el retrato de cinco líderes que defienden su territorio
Tapajós (Brasil) 18 JUN 2019 - 00:00 CEST
Dani es una joven activista riberina de 21 años. Pero, para convertirse en lo que hoy es, ha realizado un difícil y valeroso ejercicio de búsqueda de identidad que no se entiende sin comprender el contexto en que tuvo lugar.
Muchas de las comunidades que habitan las riberas del río Tapajós, como en tantos otros asentamientos a lo largo de la inmensa cuenca amazónica brasileña, se definen como riberinas, y engloban la diversidad étnica de sus pobladores, fruto del mestizaje entre indígenas, afro-descendientes y blancos de origen europeo, sobre todo ibérico, en múltiples cruces interétnicos a lo largo del tiempo.
Actualmente, definirse como indígena es una cuestión de autoafirmación, pero en muchas comunidades a lo largo de este caudaloso afluente del río Amazonas, la mezcla es tan antigua y dinámica que puede resultar imposible escoger una etnia a la que afiliarse.
Pero cuando el territorio está amenazado por mineras, madereros, el agronegocio y por la apropiación de tierras no tituladas, muchas comunidades han hecho ese ejercicio de autoafirmación y autodemarcación del territorio, demostrando que ocupan esos lugares desde un tiempo suficiente como para reclamar su propiedad al Estado. Conseguir su titulación es la única garantía para evitar ser expulsados de ellas; normalmente, por propietarios de negocios que explotan los abundantes recursos naturales que alberga la región.
Otra vía efectiva para la protección de poblaciones en estos territorios ha sido la declaración de Reservas de Conservación, sean estas permanentes (como las Reservas Biológicas o Parques), o Reservas de Usos Sostenibles, como las reservas extractivistas (Resex) o las Florestas Nacionales (Flona).
En una Flona se ubica la comunidad de Prainha, hoy dividida entre Prahina I y Prainha II. El haber alejado la amenaza exterior a través de la protección relativa que proporciona el vivir dentro de una Floresta Nacional, le permite a la comunidad centrarse en cuestiones internas como la que les ha llevado a constituirse en dos comunidades diferenciadas.
En Prainha II es donde vive Dani, una valerosa joven que ha realizado un intenso ejercicio de búsqueda de identidad que la llevó al reconocimiento de que es homosexual, lo que escondió durante largo tiempo, reprimida por su familia, la comunidad y también la iglesia.
Para Dani, realizar este ejercicio de reconocimiento dentro de la comunidad resultó prácticamente imposible durante demasiado tiempo. A la importante presencia de iglesias evangelistas de tinte conservador, expandidas con suma eficacia por todo Brasil (en el caso de Prainha II, se trata de la Iglesia Adventista del Séptimo Día), se suman estructuras culturales tradicionales donde la sexualidad está firmemente controlada y explorar cualquier vía alternativa resulta prácticamente inviable. El reparto de roles entre géneros es asimétrico y el control del vínculo sexual y reproductivo a través del matrimonio, muy férreo. En este entorno, la violencia y el abuso sexual es un fenómeno frecuente entre familias y comunidades, donde queda soterrado por el silencio y la ocultación.
En este marco, el viaje de Dani, víctima ella misma de violencia sexual, ha sido muy difícil. Pero a través de su implicación en un colectivo de jóvenes activistas, coordinado por la asociación de jóvenes ambientalistas Engajamundo, ha encontrado el espacio de libertad para expresar libremente su homosexualidad. Reconocerse públicamente como miembro de la comunidad LGTB+ se convirtió en un factor de empoderamiento y en una vía para su compromiso con esta y otras causas importantes para la comunidad.
Si tengo la fuerza para combatir los prejuicios ante la sexualidad, tendré la fuerza necesaria para combatir la invasión de las grandes explotaciones de soja que devoran la floresta
“Mis luchas aquí no son pocas”, cuenta Dani. “Primeramente, por la preservación del área de conservación de la que forma parte la Flona en la que vivimos, que está rodeada de sojeiros[cultivadores industriales de soja]. Por todas partes nos llega la polución de los agrotóxicos y el avance del gran sojeiro, que ya amenaza a varias comunidades vecinas. Poder vivir en este área maravillosa y protegerla, esta es la primera lucha”.
“Pero yo estoy implicada en otra lucha”, continua con determinación. "Por la sexualidad, un tema que no es abordado en las comunidades, ni en la escuela, ni en las familias. Aquí era imposible asumir por mis propios medios el hecho de ser lesbiana. Por suerte pude hacerlo través de un ejercicio donde exploramos otras formas de lucha y pude traer esta discusión a la escuela donde yo estudié a los 16 y 17 años. Fue el periodo en el que sufrí más. Sufrí en las comunidades, sufrí en la escuela, sufrí en la familia”.
“Hasta hace poco tiempo, me sentía una persona incapaz, me sentía una basura, la verdad”, dice Dani con la emoción que trae el recuerdo del sufrimiento. “Yo sentía que no era nadie, parecía un saco abandonado. No era nadie, pero nadie, la verdad”.
Poder pasar de la represión, la frustración, la depresión y los intentos de suicidio al orgullo de reconocerse fue un paso determinante en la vida de Dani, hoy convertida en militante de la causa LGBT+. “El hecho de que pueda golpearme en el pecho y decirme que yo soy una inspiración para otros, es un orgullo. El que un joven dijese el otro día: 'Yo voy hacer lo que hizo Dani'. Eso fue un privilegio muy grande para mí. Una felicidad”.
Para esta joven menuda, pero desafiante, el vínculo entre la lucha por la sexualidad y la causa ambientalista de defensa del territorio está muy claro. Ambas luchas son muy duras en estas comunidades del bajo Tapajós: “Si tengo la fuerza para combatir los prejuicios ante la sexualidad, tendré la fuerza necesaria para combatir la invasión de las grandes explotaciones de soja que devoran la floresta, que retan a las comunidades y que rodean nuestra Flona, amenazando con asfixiarla”.
Para Dani, ambas causas están íntimamente ligadas entre sí. “Porque yo soy ahora una resistente”, dice. “Si resistí la represión de mi sexualidad, resistiré la invasión de mi territorio por parte de los sojeiros. Esto lo tengo claro”.
Este vínculo entre existir y resistir es común entre los jóvenes activistas, ya sean riberinos, indígenas o afrodescendientes, a lo largo del río y en el interior de la selva.
Dani se muestra muy lúcida en la descripción del proceso de concienciación de estas comunidades amazónicas, alejadas de los núcleos urbanos y relativamente aisladas, autónomas en su funcionamiento. Tanto frente a las amenazas de invasión del territorio y contra el medio ambiente, como ante sus sistemas sociales cerrados, que están dominados por estructuras tradicionales que vienen de lejos.
Pero entre todas las amenazas descritas y percibidas, Dani es consciente de que la mayor de todas ellas proviene de la coyuntura política derivada de la elección, en noviembre de 2018, del nuevo presidente del país, Jair Bolsonaro: “Hoy en día, lo que da miedo es el momento político que está viviendo Brasil. Ahora mismo, yo tengo miedo de salir de casa por culpa de algunas personas, por culpa del prejuicio dominante. Yo puedo salir de casa un día y puedo no volver. Yo puedo salir de casa andando y regresar en una silla de ruedas. Este es mi mayor miedo”.
Bolsonaro ha manifestado claramente su intención de frenar a los activistas porque son ellos los que levantan la conciencia sobre los enormes daños que la economía depredadora y la deforestación masiva vienen causando en la Amazonia
Bolsonaro ha manifestado claramente su intención de frenar a los activistas porque son ellos los que levantan la conciencia sobre los enormes daños que la economía depredadora y la deforestación masiva vienen causando en áreas enormes de la Amazonia; y que, ahora que los hacenderos, los ruralistas y las grandes empresas sienten que cuentan con carta blanca al amparo del nuevo gobierno, pueden causar el mayor de los desastres.
Bolsonaro tiene también claro que acabar con los activistas que defienden sus derechos, ya sea como pueblos originarios, cuya arma es su autoafirmación indígena, o a través de la defensa de su afrodescendencia, o de la causa LGTB+, es acabar con el germen de toda resistencia a un proyecto destructor. Sucesos recientes de agresión a personas LGTB+ en las calles de ciudades brasileñas, como ha sido el caso de Luana Trans en Santarém, están generando una atmósfera de violencia contra estos colectivos muy peligrosa, haciendo que el miedo gane espacio a la vez que las libertades se están viendo reducidas aceleradamente.
Antes de participar en acciones con los demás activistas de la región, Dani, en la soledad de su desamparo, había entrado en una dinámica de autodestrucción muy peligrosa. Verse reconocida es lo que ahora le da una fuerza indomable que proyecta, no solo en la lucha contra la homofobia, sino también contra el racismo y contra la violencia sexual, que vienen a sumarse a la causa medioambiental frente a las amenazas del agronegocio.
La obsesión de Bolsonaro por combatir a estos activistas les da precisamente toda la razón para persistir en su lucha, más que nunca: sin su valerosa acción en el territorio, la homofobia, el racismo, la violencia de género, la violencia contra las minorías y la economía depredadora sin escrúpulos no tendrían límite alguno. Dani está aquí para recordárnoslo.
Este artículo pertenece a la serie Rainforest Defenders, un proyecto de openDemocracy / democraciaAbierta en colaboración con Engajamundo Brasil, con el apoyo del Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center.
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